El verdadero asesino fue un compañero policía que tuvo la imprudencia de disparar la bala fatal en lo más acalorado de la refriega. Puso el arma homicida en manos del joven emigrante y urdió la brutal mentira que ahora tenía en el corredor de la muerte a un inocente.
De nada sirvieron los esfuerzos del acusado que proclamó su inocencia desde el primer día. Era su palabra contra la del policía. Sus abogados tampoco pudieron nada. Recurrieron en varias ocasiones para aplazar la ejecución. Tampoco sirvió de nada la protesta de las asociaciones contrarias a la pena de muerte, ni la petición de clemencia de diferentes organismos estatales y extranjeros, inclusive el papa Francisco pidió que le fuese conmutada la sentencia y que el juicio se revisase.
Pero, después de largos años de lucha, impotencia, desazón, llegó el momento de recibir la inyección letal. Domingo había bajado los brazos, estaba cansado de pelear. El 28 de marzo de 2015, sábado, a las nueve de la mañana, era el día y la hora marcada. Caprichos de la vida, ironía del destino, el joven mejicano de ahora 34 años, iba a morir en vísperas del domingo de ramos, pórtico de la semana Santa que llevaba su nombre y su primer apellido. El condenado, como Jesús, era llevado al patíbulo injustamente sin que nadie se hiciese cargo de él, ¿nadie?...
Un giro inusitado, casi milagroso, llegó horas antes de que le aplicasen la inyección letal.
Mary MacManaman, confesó en la penitenciaria, ante los abogados, el juez y el alcaide, que fue su marido difunto, Jon Murfy, el autor del disparo que acabó con la vida del agente. Lo contó todo, como puso la pistola en manos del mejicano y como amañó el resto de las pruebas. Los remordimientos no le permitían dormir y no estaba dispuesta a cargar sobre su conciencia con la sangre de una persona inocente.
El juicio se repitió. Mary quedó entre rejas por algunos años y Domingo Ramos Pascua quedó en libertad sin cargos.
Volvió a Méjico con su familia y como era católico se dirigió a la iglesia para vivir la Eucaristía. Entró en el templo de su pueblo natal, sus paisanos lo recibieron con palmas en las manos y lo aclamaron. Era el 20 de marzo de 2016, domingo de ramos. En aquella Semana Santa, el ex presidiario, celebraría con honestidad, convicción, gozo el sentido profundo del segundo de sus apellidos. Domingo Ramos Pascua entendería cómo nadie el misterio de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Hasta aquí el relato de hoy, que comenzó en el corredor de la muerte, que ha terminado en la dignidad que toda vida humana merece.
Desde Vélez de Benaudalla, buena Semana Santa. Paco Bautista, sma. |